Aquella palabra era un azote constante para mi conciencia, la escuchaba
en el silencio, en las horas del descanso, en las conversaciones; me aprisionaba cuando comía, era parte del reflujo
de los pensamientos. Las personas me preguntaban por qué está distraído pero no, era todo lo contrario. Me mantenía alerta,
pasé siete días sin dormir, los siete días del génesis. Busqué el origen de la palabra “segregación” y se relaciona
con “apartar del rebaño” o sea separar, aislar.
No satisfecho consulté a María Moliner quien dice que ‘segregar’
es “separar una cosa de otra de la que forma parte, para que siga viviendo, funcionando, etc., con independencia de
ella”. Asocia la palabra con “arrojar, carminar, dar, despedir, desprender,
destilar, echar, eliminar, escupir, escurrir, excretar, exudar, secretar, soltar, sudar, transpirar. Expulsar. Secreción”.
La palabra me provocaba tanta ansiedad que visite a La Real
Academia Española, entre cuyas definiciones aparece: “separar y marginar
a una persona o a un grupo de personas por motivos sociales, políticos o culturales.”. Esta definición situó la palabra en el contexto de la realidad
existencial de lo que estaba ocurriendo porque aquella palabra era una tortura psicológica y un martillazo constante para
mi conciencia.
Segregación se llama una de las cárceles de máxima seguridad
en Honduras, la cual visité en octubre del 2006, espacios destinados para que permanezca encerrado un sujeto supuestamente
de alta peligrosidad. Entré a aquellas celdas del terror, destinadas a un individuo
que eran ahora para cuatro o cinco. Las materias fecales se confundían con los alimentos. Al conversar con aquellos seres
algunos tenían dos o tres años de no salir a encontrar el sol. Dormían en los pisos de cemento. Comían rutinariamente arroz
y frijoles secos insípidos, a veces rancios. Una voz estridente casi rompe mis membranas
del tímpano: ¿quienes son más peligrosos, los privados de libertad o aquellos
que han construido la cárcel de la segregación?
Fue un encuentro con la infamia. En pleno siglo XXI, siguen los tratos crueles inhumanos y degradantes. Mi
pesadilla continuó y durante el insomnio, recodaba en forma viva la imagen imborrable
de la crueldad del sistema punitivo en el país de la insolidaridad. Pocos días
después viajé a La Amazonia ecuatoriana
y en un Toxic Tour (viaje turístico por áreas toxicas ), organizado por la lucha creativa
de Acción Ecológica y Oil Watch de Ecuador, surgió de nuevo la pesadilla al encontrar lagunas de petróleo, la contaminación de sulfuros, la lluvia ácida, el calentamiento global y la segregación
de las comunidades indígenas por parte de las empresa petroleras y el daño de esta industria tanto contra los seres humanos
como a una de las mas preciados patrimonios de la humanidad y del planeta tierra.
Las lagunas de petróleo se filtran y contaminan los suelos, asesinan las aguas vivientes con sus peces al
igual que las lagunas de cianuro en Honduras
y Centroamérica. La industria petrolera, la industria minera, son históricamente formas de segregación de nuestros pueblos. Desplazan en forma violenta a las comunidades. Las despojan del agua. Generan
enfermedades y amenazan la existencia del planeta. Al considerar a los humanos peor
que cosas o mercancías son expresiones plenas de otra segregación que
se llama racismo.
El sufrimiento y la opresión histórica de América Latina invadió como un virus mi cuerpo y mi mente, que se expresó en una fiebre alta con escalofríos
y dolor generalizado que me recordó los millones de emigrantes hondureños (as), centroamericanos, ecuatorianos, colombianos que viajan al Norte donde son discriminados mediante
muros donde las fronteras son cárceles de segregación.
En medio del delirio febril grité: ¡Hay que cerrar la cárcel de la segregación en Honduras! Sin embargo comprendí
que formo parte de los segregados, de las pieles oscuras que siguen estigmatizados
por defender la cultura y La Madre Tierra. Porque en nuestro país alguien puede ser segregado por el simple hecho de tener talento, como es
el caso de poetas, escritores y artistas comprometidos con el pueblo. No se puede vivir sin dignidad y la dignidad no es una mercancía. Para no ser segregados, hay que luchar
unidos local, nacional regional e internacionalmente; para cambiar el sistema
inhumano carente de justicia ambiental que tiene su fundamento en la acumulación
histórica del capital que globaliza la miseria, la enfermedad y se perpetúa a través de la guerra. Unidos todos los segregados
del mundo podremos hacer nuestro propio ejercicio de “segregación”:
Y esa “segregación” nuestra es la lucha contra la injusticia, el
hambre, la maldad. En sus torres de oro, los poderosos que se sientan “segregados” por nosotros escucharán nuestro
enorme grito de protesta. Y temblarán.
Tegucigalpa, noviembre, 2006.